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lunes, 28 de mayo de 2012

La camioneta del diablo "la tomatera", (parte I)



Aquellos que han tenido la oportunidad de subirse a una de ellas, saben muy bien de lo que hablo. Y para aquellos que aún no lo han hecho, les traigo aquí un breve relato de un viaje en las camionetas de Guatemala, aquellos buses que ya circulaban por los años 70’s y que tenían diversos colores, según la ruta que tomaban. Esos mismos que aún circulan, recién pintados de rojo por afuera y descuidados por dentro. Sillones rotos, ventanas sucias, piso con tierra, etc. En fin las “camionetas del diablo” o las “tomateras”, según como las personas las denominan cumplen un valor social, bastante esencial en el día a día del guatemalteco. Lamentablemente, hay mil cosas que se deben de mejorar, pero de eso sé poco y no hablaré de ello. 

El día que tome la camioneta, fue un jueves por la tarde. El cielo se encontraba nublado, parecía que iba a llover, más en todo el día ni una gota cayó del cielo. Tomé la camioneta dos esquinas lejos de mi casa y me subí. Un quetzal me cobraron, gracias a Dios que están subsidiadas porque de lo contrario hubiera tenido que cambiar un billete de a cincuenta y el camionetero seguramente me hubiera maldecido por hacerle perder su tiempo. 

Con mi teléfono BlackBerry en mi bolsillo y con Dios en mi corazón, caminé en el pasillo. El conductor aceleró y casi me voy de boca. ¡Qué potencia!, pensé. Busqué unos de los pocos asientos y me senté. La camioneta paró otras diez veces, hasta que se llenó. Le cedí mi lugar a una señora, pues preferí irme de pie. ¡Pero qué hice! LA CAMIONETA SEGUÍA PARANDO E INTRODUCIENDO GENTE EN ELLA. En poco tiempo, los pasajeros nos encontrábamos más aplastados que una docena de sardinas en una lata. Recordé entonces que Guatemala había roto el Record Guiness mundial por introducir a 210 personas en un autobús, similar al que me subí. 
¿Qué hice?, me pregunté a mí mismo. Fue en eso que empecé a sentir un mal olor (y eso que mi sentido del olfato es malísimo, apenas huelo). Un asqueroso olor venía y desaparecía después de unos minutos. Seguramente a alguien se le estaba saliendo un gas, a propósito o sin querer. No importa, solo sé que alguien no pudo controlar su sistema digestivo y estuvo lanzando ataques olorosos fulminantes. Recordé como años atrás, en un desfile navideño, mi papá y yo estábamos viendo las carrozas desfilar y a alguien que se encontraba frente a nosotros, se le salió un gas. Mi papá de forma sarcástica dijo: ¿Quién comió frijoles? Y ese recuerdo se me vino a la mente, me reí como loco, de manera descontrolada y me baje lo más rápido que pude, para tomar otra camioneta que me regresara a mi hogar.



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